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Se encuentra en el sitio de la G:. Lo:. R:. de Argentina por la Igualdad y Libertad de la Humanidad, entidad formada por personas libres y de buenas costumbres, iniciadas en la masonería bajo estatutos y cartas regulares de la cadena universal, con Carta Patente otorgada por el Supremo Consiglio per l’ Italia e sue Dipendenze

Actualmente funciona bajo el Magno Colegio de Ritos Francmasónicos que practica diferentes Ritos de la masonería Universal.

Forma parte de la Academia de Altos Estudios Filosóficos y Simbólicos con Personería Jurídica otorgada por IGJ.

M:. I:. P:. H:. Richard Da Silva 3° 9° 33°

Se encuentra Presidida por el M:. I:. P:. H:. Richard Da Silva 3° 9° 33° cuyos cargos se detallan:

  • Gran Canciller (Ex Presidente 2020-2024). Unión Masónica Mundial de SS:: GG:: II:: GG:. www.unionmasomicamundial.org
  • Secretario Relaciones Internacionales de la Confederación Masónica Filosófica Americana www.confederacionmasonica.org
  • Gran Canciller (ex Presidente) – Alianza Masónica de la República Argentina www.alianzamasonica.org 
  • Presidente del Magno Colegio de Ritos Francmasónicos de la Gran Logia Regular Argentina por la Igualdad y Libertad de la Humanidad. www.magnocolegio.org.ar
  • Soberano Gran Comendador Supremo Consejo Grado 33 del MCRF GLoRIALH.
  • Gran Canciller de la GLoRIALH.
  • Miembro Alleanza Universale Masónica
  • Miembro Gran Prior en OCTS International Argentina
  • Vice Presidente 3ro World Confederation of Universal Freemasonry.
  • Presidente por Argentina – The SIGMA Council of América North, Central and South.
  • Gran Ministro de Cultura Masónica en Gran Dieta Hermética Mixta Internacional
  • Gran Canciller por Argentina de la Grande Alliance Maçonnique TRACIA
  • Miembro del Supremo Consejo Tradicional Grado 33 para el Paraguay.
  • Miembro International Masonic Federation.

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La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es image.png Bernardo de Monteagudo, Nacido el 20/8/1789 en Tucumán, abogado de la Universidad de Chuquisaca, director Gaceta de Bs. Aires, y columna principal de la causa sanmartiniana. imágen reconstruida con chat GPT.

A 200 años, Monteagudo vuelve

A 200 años, Monteagudo vuelve. por M:. I:. P:. H:. Julián Álvarez 33°

Argentinos: La libertad no se consigue sino con grandes y continuos sacrificios”, Mártir o libre, 1812. Dr. Bernardo de Monteagudo.


Bernardo de Monteagudo, Nacido el 20/8/1789 en Tucumán, abogado de la Universidad de Chuquisaca, director Gaceta de Bs. Aires, y columna principal de la causa sanmartiniana. imágen reconstruida con chat GPT.

Entre las acciones protagonizadas por el tucumano Bernardo de Monteagudo la del Congreso Anfictiónico Americano fue -quizá- una idea muy adelantada para su tiempo, donde jugó un papel central en concebirla y darle forma a un pedido del Protector del Perú, José de San Martín.

Contexto:

A comienzos de 1822, con la independencia peruana proclamada, San Martín necesitaba un marco político continental que garantizara la unidad de las nuevas repúblicas. Por ello, encargó a Monteagudo, su ministro en Lima, diseñar un Congreso de naciones americanas, inspirado en las ligas anfictiónicas de la antigua Grecia (alianzas entre ciudades-estado).

Los pasos de Monteagudo:

Redacción de la memoria fundacional (1822)

Monteagudo redacta su famoso documento: “Memoria sobre los principios políticos que seguí en la administración del Perú y sobre la necesidad de un Congreso Anfictiónico”.

Allí argumenta que las jóvenes repúblicas necesitaban un organismo supranacional que asegurara la paz, mediara conflictos, y coordinara la defensa contra la amenaza europea.

1° paso: Convocatoria diplomática

Envía circulares y proyectos a los gobiernos de Chile, las Provincias Unidas del Río de la Plata, Colombia y México, invitándolos a designar representantes.

La propuesta incluía sede rotativa, reglas de deliberación y un compromiso de asistencia mutua ante agresiones externas.

2° paso: Diseño institucional

Propuso que el Congreso funcionara como un “senado continental” con autoridad moral sobre los Estados miembros.

Los puntos centrales:

  1. Unión defensiva frente a España y potencias extranjeras.
  2. Arbitraje en disputas entre repúblicas.
  3. Defensa de la libertad de comercio y navegación.
  4. Rechazo de las monarquías europeas en América.

3° paso: Proyección ideológica

Monteagudo imprimió folletos, difundió artículos en la prensa limeña y organizó debates en los círculos políticos de la capital peruana para dar fuerza a la idea.

Vinculó la propuesta con la causa emancipadora: si San Martín había liberado territorios, ahora tocaba consolidarlos bajo un pacto político.

Resultado inmediato:

  • El proyecto de Monteagudo no llegó a concretarse en su tiempo porque San Martín partió del Perú en 1822 y Monteagudo perdió respaldo político.
  • Sin embargo, su plan fue retomado por Simón Bolívar, quien años después convocó el famoso Congreso de Panamá (1826), considerado heredero directo de aquella idea de Monteagudo. Al patriota sudamericano lo habían acallado un año antes, cuando es acuchillado por dos sicarios, según algunas investigaciones no volcadas en la causa judicial remunerados por el comerciante Tomás Comyn, mientras atravesaba la desaparecida plazoleta La Micheo, de Lima.

Vigencia en el siglo XXI del pensamiento de Monteagudo:

Si intentamos pensar a Bernardo de Monteagudo mirando la Argentina de hoy, tenemos que recordar cómo veía él la emancipación: No como un simple cambio de soberanía, sino como una revolución integral, destinada a cortar de raíz cualquier forma de dependencia externa que impidiera a los pueblos hispanoamericanos decidir por sí mismos.

Monteagudo, tanto en sus escritos como en su práctica política, insistía en:

  1. La unidad americana como blindaje frente a las potencias extranjeras.
    – Para él, la fragmentación era el camino directo a caer en manos de nuevas tutelas.
    – Rechazaría que, dos siglos después, las repúblicas sigan divididas y cada una negocie en soledad con poderes financieros globales.
  1. La independencia económica como condición de la independencia política.– En sus proclamas, advertía que “el nuevo yugo” podía no ser ya militar ni monárquico, sino económico.
    – Viendo a la Argentina actual, diría que el paso de la tutela de la corona española, luego el predominio británico y francés en el siglo XIX, y hoy la sujeción a organismos como el FMI, son variaciones de la misma falta de autonomía estructural.

El rol de las élites criollas:
– Monteagudo era crítico de las élites que buscaban un acomodo con el poder extranjero, en vez de consolidar una soberanía auténtica.
– Posiblemente señalaría que la dirigencia argentina no terminó de construir un proyecto común que priorice al pueblo sobre los compromisos con potencias o acreedores externos, ascendiendo la deuda externa de la Nación a u$s 278.073 millones al primer trimestre/2025. Una deuda contraída en contra de principios jurídicos como la buena fe, la prohibición de la usura, el anatocismo y el enriquecimiento sin causa -porque en su origen el tomador era una entidad privada-, la convierte en ilegal y odiosa hacia el pueblo argentino 1) y 2).

  1. La justicia social como sentido de la revolución.– Para él, la libertad debía servir para que los pueblos vivieran dignamente, no solo para cambiar de amo.
    – Frente a la actual pobreza y desigualdad, plantearía que una independencia meramente formal, sin desarrollo interno y justicia económica, es incompleta.

Monteagudo vería la situación argentina como una nueva forma de dependencia disfrazada de modernidad. Diría que la deuda externa y la subordinación financiera son equivalentes a la obediencia al rey de España: distintas máscaras del mismo problema. Y volvería a su obsesión central: la necesidad de unidad regional y emancipación económica para que América Latina deje de ser campo de maniobra de poderes externos.

Notas:

  1. Lozada, Salvador María; Le Monde diplomatique, diciembre 2001.
  2. Sack, Alexander Nahum; jurista ruso en 1927 crea el concepto de deuda odiosa en su obra: “Les effets des transformations des États”.
Calle 9 de Julio 26, SMT. Costado de la casa donde nació Monteagudo. Fotografía personal del autor.
Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, entregando una bandera indoamericana a estudiantes mexicanos. Fotografía de autor desconocido, difundida por revistas de APRA de Perú, 1922.

El Rito Templario

El Rito Masónico Templario es probablemente el rito más enigmático de toda la Francmasonería, puesto que a diferencia del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, el Rito de York y toda la gama de ritos masónicos existentes, el Rito Masónico Templario alude a su herencia templaría desde los grados azules.Está considerado como el máximo legado de la Orden del Temple a la Francmasonería universal, y algunos historiadores afirman que éste pudo ser el primero de todos los ritos masónicos, el cual se fue degenerando hasta conformar el R.·.E.·.A.·. y A.·., el Rito de York, el Rito Francés, etc.ORIGEN DEL RITO MASÓNICO TEMPLARIOLa fundación del Rito Masónico Templario es desconocida tanto para francmasones como para distintos expertos en historia y sociedades secretas, y es que su precisión tan exacta con respecto a la relación entre Templarios y el gremio de Artesanos de la edad media ha dejado a muchos teóricos estupefactos, al grado de revivir desde hace muchos años la teoría que postula que la Masonería desciende de la mítica Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, mejor conocida como los Caballeros Templarios. Si a esto se añade el hecho de que la práctica del Rito Masónico Templario no es común en las logias de todo el mundo, y que fue mencionado en los panfletos que circularon en Francia durante la década de los sesentas, que demostraban históricamente lo dicho por los Dossier Secrets, entonces muchos especialistas han afirmado que el Rito Masónico Templario fue la primer pantalla que elaboro el Priorato de Sión para su encubrimiento después de la masacre templaría suscitada entre 1307 y 1314, de igual manera, como una manera de que su antiguo brazo guerrero (la Orden del Temple) perseverara.El primer vestigio del Rito Masónico Templario apareció en Escocia en el siglo XIV, dos siglos antes de que fuese mencionada por primera vez la existencia de la Francmasonería y tres siglos previos a la edificación de la Gran Logia de Londres en el año 1717. Dicho rastro era un texto en prosa titulado «La Mère» (la madre), y narraba como una joven mujer hija de un maestro artesano de Paris es infiltrada por su padre como mucama a la prisión en donde yacía el Gran Maestre Jacques de Molay, con el fin de que el gremio de Artesanos de Paris pudiese ayudar de alguna manera a la Orden del temple en medio de la persecución.El texto desapareció inexplicablemente en el siglo XVIII, pero su historia se mantiene vigente en rituales efectuados por Francmasones del Rito Masónico Templario, especialmente en el segundo grado y el grado trece, cuando según este Rito se revela el origen de la Francmasonería.Especialistas en Templarios y Masones han confirmado que la leyenda de «Marie Ange y de Molay» (única del Rito Masónico Templario) pudo ser cierta, y más tomando en cuenta que muchos rituales francmasónicos de otros ritos, incluyendo el R.·.E.·.A.·. y A.·. y el de York, poseen símbolos de ella sin percatarlo.El planteamiento de la historia o leyenda de «Marie Ange y de Molay» radica en una fusión entre sobrevivientes de la Orden del Temple con parte del Gremio de Artesanos de la Edad Media. La unión entre Orden y Gremio se dio en Escocia bajo el reinado del rey Roberto I Bruce, quien se convirtió por voluntad del propio Jacques de Molay en el nuevo Gran Maestre de los Templarios. La hipótesis sostenida en la tradición de la joven y el viejo Gran Maestre es más sólida en carácter histórico que la teoría postulada por el escritor John J. Robinsón en su libro «Nacidos en Sangre», quien también se muestra convencido de la relación entre Templarios y Masones. Pese a ello, no puede considerarse como un hecho dicha leyenda.Los investigadores Michel Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh, escritores del Best Sellers «El Enigma Sagrado» y los especialistas españoles en Templarios Juan G. Atienza y Xavier Musquera argumentan que El Rito Masónico Templario demuestra mediante hechos que la «Carta de Larmenius» no es más que un fraude de asociaciones que se hacen llamar Neotemplarias.ESTRUCTURA DEL RITO MASÓNICO TEMPLARIOEl Rito Masónico Templario siempre ha sido irregular o salvaje según los criterios establecidos por la Masonería, ya que carece de un mecanismo de estructuración jurídica como lo es un Gran Oriente o un Gran Priorato. Lo que en términos masónicos se conoce como bajo el cobijo de la bóveda celestial. Este hecho ha sido el causante de que incluso muchos militantes de la Masonería desconozcan la existencia del Rito Masónico Templario.Las logias del Rito Masónico Templario son muy escasas y se encuentran principalmente en Europa, aunque militantes de este tipo de 3 Francmasonería han confesado tener presencia también en el continente americano. Pero como ya se dijo con anterioridad todas las logias masónico-templarías son irregulares y difícilmente podrán ser reconocidas por Grandes Orientes, lo que hace más difícil su expansión.El Rito Masónico Templario consta de 13 grados, tres azules y diez filosóficos:1. Aprendiz de Masón2. Compañero Masón3. Maestro Masón4. Sublime Maestro e Íntimo Asistente Real5. Director de Templos y Justiciero Hebreo6. Gran Maestro Arquitecto7. Arco Real8. Soberano Príncipe Rosa-Cruz9. Noaquita10. Príncipe del Tabernáculo11. Caballero de la Serpiente de Bronce y Soberano Gran Comendadordel Templo12. Caballero Kadosh13. Caballero TemplarioSe sabe que los Francmasones que alcanzan el máximo grado del Rito Masónico Templario pueden llegar a adquieren un nuevo estatus, por así decirlo, ya que son candidatos para conformar una Orden de caballería completamente jerárquica y secreta, la cual es conocida como la Orden de los Caballeros Templarios (considerada como la misma que fundo Hugues de Payen e intento destruir Felipe IV de Francia). Cabe destacar que es muy difícil poder aspirar a ser miembro de la Orden del Temple, aun cuando se posea el máximo grado del Rito Masónico Templario, puesto que se considera como el nec plus ultra de la Francmasonería mundial.Investigadores de las sociedades secretas postulan que la Orden del Temple encubre su subsistencia mediante la presencia de todos los Ritos Francmasónicos existentes, principalmente el Rito Masónico Templario, y toda la serie de teorías que se han formulado sobre el cuidado de un enigma que podría derrumbar las bases de la sociedad moderna.Existe en el Rito Masónico Templario la figura del Gran Maestre y es considerado como el sucesor en línea directa de todos los Grandes Maestres de la Orden del Temple. El Gran Maestre es el líder de la Masonería azul y filosófica del Rito Masónico Templario, y a su vez, funge como principal cabeza de la Orden de los Caballeros Templarios. No se sabe con certeza quienes han ocupado este puesto, lo que hace aun más secretas a este tipo de prácticas masónicas. Teóricos de conspiraciones han manifestado abiertamente muchos nombres de distintos ámbitos, entre los que destacan el político y el artístico, de esta manera se ha comentado que el actual Gran Maestre del Temple es el ex presidente francés Jacques Chirac; recientemente, también corrió el rumor en panfletos parisinos que el actual Gran Maestre es el Presidente Electo de Norteamérica, el demócrata Barack Obama. En el medio artístico y literario se han escuchado nombres como los de Francis Bacon y Alejandro Dumas.Algunas publicaciones europeas de dudosa procedencia afirman que el último Gran Maestre del Rito Masónico Templario fue el estudioso francés de los mares Jacques Yves Cousteau y que desde su muerte no ha surgido un candidato apto para ocupar el puesto. Otros defensores de estahipótesis sostienen que el Gran Maestre se dará a conocer en público en el año 2010, trayendo consigo la edificación del Primer Gran Oriente del Rito Masónico Templario a nivel mundial, y por lo tanto el resurgimiento de los Templarios en todo el planeta.EL RITO MASÓNICO TEMPLARIO Y EL PRIORATO DE SIÓNConviene poner de relieve que no existe ninguna lista oficial o definitiva de los Grandes Maestres de la Orden del Temple. Ninguna relación de esta clase ha llegado hasta nuestros días. Los archivos del propio Temple fueron destruidos o desaparecidos y la recopilación de Grandes Maestres más antigua que se conoce hoy en día data de 1342, es decir, treinta años después de la supresión de la Orden y 225 años después de su fundación. A causa de ello, los historiadores, al preparar listas de los Grandes Maestres se han basado en los cronistas contemporáneos.Previo a que el mundo conociese la existencia del supuesto Priorato de Sión en los textos encontrados en la Biblioteca Nacional de Francia titulados los Dossiers Secrets, el Rito Masónico Templario argumentaba y sigue refutando que la Orden del Temple no tuvo 23 Grandes Maestres, sino que fueron 21. Según la mayoría de las listas de los Grandes Maestres del Temple, André de Montbard (tío de San Bernardo) no sólo fue cofundador de la Orden sino también su Gran Maestre entre los años de 1153 y 1156, aunque otras versiones lo sitúan desde 1154. No obstante, según el Rito Masónico Templario y los Dossier Secrets, André de Montbard jamás fue Gran Maestre, sino que, al parecer, siguió actuando entre bastidores hasta su muerte.En la mayoría de las listas Bertrand de Blanchefort aparece como el sexto Gran Maestre del Temple, asumiendo el cargo después de André de Montbard. Según el Rito Masónico Templario, Blanchefort no fue el sexto Gran Maestre sino el cuarto, asumiendo tal privilegio en el año de 1153. Años después, los Dossier Secrets concluyeron lo mismo.Algunas listas de Grandes Maestres colocan a Everard des Barres como el tercer Gran Maestre, pero se sabe que la figura del Gran Maestre, de acuerdo con las constituciones del propio Temple, debía ser elegido mediante un capitulo general en Jerusalén y tenía que residir en dicha ciudad. Las investigaciones revelaron que Everard des Barres era un maestre regional, elegido en Paris, que no piso Tierra Santa hasta muchos años después. Previo al resultado que arrojo esta investigación histórica, el Rito Masónico Templario y los Dossiers Secrets ya lo habían expresado, siendo primero el Rito Masónico Templario en hablar.Los investigadores Michel Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh se dedicaron a examinar durante años todas las listas existentes sobre los Grandes Maestres de la Orden del Temple, llegando a la conclusión de que la lista expuesta por un libro de ceremoniales del Rito Masónico Templario que databa de 1778 era la correcta. Para su mayor sorpresa esa lista coincidía con la publicada en los Dossiers Secrets Henry Lincoln expreso para la BBC de Londres las siguientes palabras «la lista es correcta, tan correcta, de hecho, que parece ser fruto de información confidencial que ha perdurado en la penumbra durante casi setecientos años».Un ceremonial del Rito Masónico Templario es alusivo a las logias de la amistad (el reconocimiento mutuo entre ellas). Ceremonias de este tipo se practican en todos los ritos masónicos, pero ninguna es tan misteriosa como la que ejecutan logias del Rito Masónico Templario. Esta ceremonia recibe el nombre de «las raíces del olmo», y consiste en plantar un olmo entre dos logias masónico-templarías como símbolo de su alianza.Según los Dossiers Secrets, hallados muchos años después de que se supiese la existencia de esta ceremonia, hasta el año de 1188 la Orden de Sión y el Temple compartieron el mismo Gran Maestre. Así, Hugues de Payen y Bertrand de Blanchefort, por ejemplo, presidían simultáneamente ambas instituciones. Sin embargo, de 1188 en adelante, después de la «tala del olmo», parece ser que la Orden de Sión seleccionaría su propio Gran Maestre, el cual no tenía ninguna relación con el Temple. Las fuentes establecen que el primero de ellos fue Jean de Gisors. También se dice que la Orden de Sión en ese año adopto un nuevo nombre que, al parecer, ha perdurado hasta estos días: la Prieuré de Sión.Las crónicas son oscuras y están mutiladas, pero tanto la historia como la tradición confirman que en 1188 ocurrió en Gisors algo extrañamente raro que llevó aparejada la tala de un olmo. En los terrenos contiguos a la fortaleza había un prado llamado el Champ Sacré (el Campo Sagrado).Según los cronistas medievales, el lugar era considerado como sagrado desde antes del cristianismo y durante los siglos XII había sido escenario de numerosos encuentros entre reyes de Inglaterra y Francia. En medio del Campo Sagrado se alzaba un viejo olmo. Y en 1188, durante una reunión entre Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia,. Este olmo, por algún motivo que se desconoce, se convirtió en objeto de discusión seria, incluso sangrienta.EL RITO MASÓNICO TEMPLARIO Y LA ORDEN DEL TEMPLELa primera información histórica sobre los Templarios la proporciona un historiador franco llamado Guillermo de Tiro, que escribió entre 1175 y 1185. Guillermo de Tiro escribía sobre acontecimientos anteriores a su tiempo, acontecimientos que él no había presenciado o experimentado personalmente, sino que conocía de segunda o incluso de tercera mano. Sir Steven Runciman catalogo las fechas que da Guillermo de Tiro como confusas y rotundamente erróneas.Según Guillermo de Tiro, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón se fundó en 1118. se dice que su fundador fue un tal Hugues de Payen, un noble de Champagne, vasallo del conde de la misma. Un día, sin ser requerido a ello, Hugues y ocho de sus camaradas se presentaron en el palacio de Balduino I, rey de Jerusalén, cuyo hermano mayor, Godofredo de Bouillon, había conquistado la Ciudad Santa diecinueve años antes. Al parecer, Balduino los recibió con mayor cordialidad, y lo mismo hizo el patriarca de Jerusalén, líder religioso del nuevo reino y emisario especial del Papa.Guillermo de Tiro añade que el objetivo manifiesto de los Templarios era «en la medida en que sus fuerzas se lo permitiese, velar por la seguridad de los caminos y carreteras… cuidando de modo especial de la protección de los peregrinos». Al parecer, este objetivo era tan meritorio que el rey puso toda un ala de su palacio a disposición de los nueve caballeros. Y a pesar de su juramento de pobreza, éstos se instalaron en tan lujoso alojamiento. Dice la tradición que sus aposentos estaban edificados sobre cimientos del antiguo Templo de Salomón y que de ello sacó su nombre la nueva Orden.Durante nueve años, nos cuenta Guillermo de Tiro, los nueve caballeros no permitieron que nadie más entrase en la Orden. Se suponía que seguían viviendo en la pobreza, una pobreza tan grande que en los sellos oficiales aparecen dos caballeros a lomos de un solo caballo, lo que da a entender,no sólo fraternidad, sino también una penuria que les impedía tener monturas para todos.No obstante, parece ser que en el plazo de un decenio la fama de los Templarios se extendió por toda Europa . las autoridades eclesiásticas les dedicaron grandes elogios y ensalzaron sus cristianas empresas. En 1128 o poco después un opúsculo alabando sus virtudes y cualidades fue publicado nada menos que por San Bernardo, abad de Clairvaux y principal portavoz de la cristiandad en aquel tiempo.La mayoría de los nueve caballeros regresaron a Europa, donde se les tributó una bienvenida triunfal, orquestada en gran parte por San Bernardo. En enero de 1128 se convocó un concilio eclesiástico en Troyes, en el que San Bernardo volvió a ser el espíritu guía. En dicho concilio los Templarios fueron reconocidos oficialmente y constituidos en orden religiosa-militar.Hugues de Payen recibió el título de Gran Maestre. Él y sus subordinados serian monjes-guerreros, soldados-místicos, en los que la austera disciplina del claustro se unía a un celo marcial.En 1139 el papa Inocencio II promulgo una bula según la cual losTemplarios no debían lealtad a ningún poder secular o eclesiástico salvo al Papa.Durante los dos decenios que siguieron al concilio de Troyes la Orden se expandió con una rapidez y a una extraordinaria escala. Cuando Hugues de Payen visitó Inglaterra a finales de 1128 fue recibido con gran adoración por el rey Enrique I. En toda Europa los hijos menores de las familias nobles se apresuraban a enrolarse en la Orden, y de todos los rincones de la cristiandad llegaban inmensos donativos en dinero, bienes y tierra.Todo esto es lo que narra Guillermo de Tiro sobre los Templarios. Sin embargo, existía por aquellos tiempos un historiador oficial al servicio del rey. Se llamaba Fulk de Chartres, y escribía, no cincuenta años después de la fundación de la Orden, sino durante los años en que se llevó a cabo la 8 misma. Lo curiosos es que Fulk de Chartres no menciona a Hugues de Payen, a sus compañeros y a nada relacionado.Según Guillermo de Tiro, la Orden del Temple fue fundada en 1118, tenía al principio nueve caballeros y no admitió nuevos reclutas hasta 1127. Consta claramente en los anales, sin embargo, que el conde de Anjou (padre de Geoffrey Plantagenet) ingresó en la Orden en 1120, sólo dos años después de su supuesta fundación. Y en 1124 el conde de la Champagne, uno de los señores más ricos de Europa, hizo lo mismo. Si Guillermo de Tiro no se equivoca, no deberían ingresar nuevos miembros hasta 1127; pero, de hecho, en 1126 los Templarios habían admitido en sus filas a cuatro nuevos miembros. Si el conde de Anjou se hizo Templario en 1120, y si la Orden no admitió nuevos miembros durante los nueve años que siguieron a su fundación, ésta no dataría de 1118, sino de 1111 o de 1112.Los últimos grados del Rito de York cuentan cómo año primero el de la fundación de la Orden de los Templarios según Guillermo de Tiro, que fue el 1118 de la era vulgar conforme a las expresiones masónicos del tiempo, y escriben como año la diferencia entre la era vulgar o año en curso y 1118.Ejemplo, 2009 menos 1118 da como resultado 891, siendo este el año vigente para la comandancia de Caballeros Templarios del Rito de York El Rito Escocés Rectificado toma como año primero el de la destrucción de la Orden de los Templarios, que fue el de 1314, y escriben la diferencia entre la era vulgar y 1314, o sea 2009 menos 1314 dan como resultado 695, siendo este el año en curso para el Rito Escocés Rectificado.A diferencia del Rito de York y el Rito Escocés Rectificado, el Rito Masónico Templario cuanta como primer año el de 1112, el cual coincide a la perfección con las evidencias históricas que datan sobre el verdadero origen del los Templarios. Estas evidencias son recientes, ya que fueron descubiertas durante el transcurso de la segunda mitad del siglo pasado, y desde el año de 1778 se conoce la manera de fechar por parte de los francmasones del Rito Masónico Templario.

V:. H:. Victor Zalazar

Conversatorio sobre Ritos

Conversación con Conversación con Gamal Hadweh Martínez Maestro Masón G.18 Logia «León Tournier Perron N°1 del valle de Santiago de Chile del Rito de Memphis Mizraim»

El Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA) y el Rito Egipcio de Memphis-Misraim son dos de los sistemas masónicos más conocidos, pero presentan diferencias y algunas similitudes.

Similitudes

  • Origen e influencias: Ambos ritos se desarrollaron o consolidaron en el siglo XIX, y comparten una base filosófica y simbólica común con la masonería. También tienen una orientación esotérica y una búsqueda del autoconocimiento y la evolución espiritual.
  • Estructura de grados: Ambos sistemas tienen una estructura de grados que va más allá de los tres grados simbólicos (Aprendiz, Compañero y Maestro) que se trabajan en una logia.

Diferencias

  • Grados: El Rito Escocés Antiguo y Aceptado, en su forma más común, consta de 33 grados. En cambio, el Rito de Memphis-Misraim, que fusionó los ritos de Memphis y Mizraim, tiene una cantidad mucho mayor de grados, llegando a 99.
  • Simbolismo y temática: La principal diferencia radica en el simbolismo. Mientras que el REAA se enfoca en gran medida en temas de la masonería operativa, la caballería templaria y las tradiciones cristianas, el Rito de Memphis-Misraim incorpora un simbolismo egipcio, hermético, gnóstico y alquímico. Sus logias suelen estar decoradas con motivos egipcios.
  • Controversias: Históricamente, el Rito de Memphis-Misraim ha sido objeto de más controversia que el REAA. La legitimidad de los distintos grupos de este rito es un tema de debate entre los propios masones, ya que no todos los grupos se reconocen entre sí.
  • Difusión: El Rito Escocés Antiguo y Aceptado es uno de los ritos masónicos más extendidos y practicados a nivel mundial. El Rito de Memphis-Misraim, aunque tiene presencia internacional, es menos común y a menudo se asocia con un enfoque más esotérico y «oriental» de la masonería.

La Masonería, el Rito de Memphis-Misraim
Este video de YouTube es relevante porque aborda el tema de la masonería y, específicamente, el Rito Antiguo y Primitivo de Memphis-Misraim.
http://googleusercontent.com/youtube_content/0

209° ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

COMUNICADO DE LA GRAN LOGIA ARGENTINA POR LA IGUALDAD Y LA LIBERTAD DE LA HUMANIDAD9 DE JULIO – 209° ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

Al conmemorarse un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia en el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816, la Gran Logia Argentina por la Igualdad y la Libertad de la Humanidad rinde homenaje a quienes forjaron la emancipación de nuestro pueblo y sentaron las bases de una Nación libre y soberana.La gesta independentista de América del Sur no habría sido posible sin la acción decidida de hombres y mujeres comprometidos con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Muchos de ellos, Hermanas y Hermanos masones, participaron activamente en la planificación y concreción de los movimientos emancipatorios, desde las logias que florecieron en Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile y otras ciudades del continente.Recordamos con orgullo el legado de quienes, inspirados en los principios de la Masonería, concibieron la independencia no solo como un acto político, sino como una transformación profunda de las estructuras coloniales, en busca de justicia y autodeterminación para los pueblos.Hoy, cuando el mundo afronta un tiempo de desafíos y retrocesos, ante el creciente auge de regímenes autoritarios que cercenan libertades y derechos, persiguiendo a quienes expresan sus opiniones y manifiestan sus reclamos de justicia social e igualdad de oportunidades, renovamos nuestro compromiso con el legado emancipatorio de esos patriotas, convencidos de que la libertad no se hereda: se conquista y se defiende día a día, con trabajo, conciencia y solidaridad.

A∴L∴G∴D∴G∴A∴D∴U∴E∴V∴D∴

Buenos Aires, 15 de junio de 2025, e∴v∴

V∴M∴ y QQ∴ HH∴Americanismo en la Reforma Universitaria. Entiendo pertinente rendir homenaje con una plancha grabada la celebración del Aniversario de la Reforma Universitaria indagando los contenidos americanistas y masónicos en el Manifiesto Liminar, redactado por Deodoro Roca a pedido de la Federación Universitaria de Córdoba el 21 de Junio de 1918.

Richard Da SilvaM∴M∴

La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica.Manifiesto Liminar 1918Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno Siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes, que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.Nuestro régimen universitario -aun el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba, se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa que cabe en un instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.Por eso queremos arrancar de raíz en el organismos universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal era más afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria, ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, sin en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son – y dolorosas – de todo el continente. ¿Qué en nuestro país una ley – se dice – la ley de Avellaneda se opone a nuestros anhelos? Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral lo está exigiendo.La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. no se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria, los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien.La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país y de sus hombres representativos.Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de la elección rectoral, aclaran singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. al confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuánta razón nos asistía y cuánta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigente por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales. El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los intereses de la universidad. Otros – los más – en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!) Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de la regresión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes que la iniquidad fuera un acto jurídico irrevocable y completo, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que esto es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio salón de actos la Federación Universitaria y haber firmado mil estudiantes, sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de huelga indefinida.En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad.La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de “hoy para ti, mañana para mí”, corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad apartada de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la ciencia. fue entonces cuando la oscura universidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a tantos otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros golpes. Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrado, contemplamos entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios. No podemos dejar librada a nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: “Prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes”. Palabras llenas de piedad y de amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria! Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su federación, saluda a los compañeros de la América toda, y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.Córdoba, 21 de Junio de 1918Federación Universitaria de Córdoba: Enrique F. Barros, Horacio Valdéz, Ismael C. Bordabehere, Presidentes; Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende, Ernesto Garzón.

Buenos Aires, Junio, 2005 (Plancha)

Regla de Tres en la Francmasonería.

En los tres primeros grados de la Francmasonería: Aprendiz, Compañero y Maestro, el candidato conoce sus herramientas de trabajo. En cada grado, recibe tres herramientas, que se explican e incluso el lugar donde se utilizarán. Esto se observa en la Francmasonería inglesa en el Ritual de Emulación, donde los Rituales son completos y no presentan manipulaciones ni lagunas, en comparación con la R.E.A.A., donde en la ceremonia del tercer año no hay un pasaje donde se entreguen las herramientas al Maestro, ni se le indica dónde trabajará con estos elementos. Por otro lado, la ceremonia del Maestro de la R.E.A.A. no incluye las alegorías completas de Hiram Abí, de la Reina Balkis ni las leyendas que se mencionan en Escocia, como en la Capilla de Rosslyn, y en Inglaterra, en la Catedral de York. Minster, donde se menciona la construcción de una tercera columna conocida como el «Pilar del Aprendiz». Esta alegoría relata muchos aspectos, además de la muerte del Maestro del Gremio a causa de su ego, y en sí misma ofrece enseñanzas muy significativas.

Siguiendo con las herramientas, no es casualidad que haya tres en cada grado. Esto también se relaciona con el Etz Jaim o Árbol Sefirótico, que también sigue un patrón de tres. Aquí, desde la masonería, se nos dice que hay una herramienta activa, otra pasiva y otra que representa el equilibrio. Lo mismo ocurre con el Etz Jaim o Árbol Sefirótico, que se compone de una sefirá activa, otra pasiva y otra que representa el equilibrio.

Aquí también se encuentra la dualidad: «todo tiene su par de opuestos», pero tanto en la masonería como en la Cábala, se nos muestra una tercera: el equilibrio entre las dos polaridades.

Una vez comprendido esto, debe quedar claro que el Maestro Masón o superior no se queda estancado en el blanco o negro, en el bien o en el mal, porque todo lo extremo nos lleva al desequilibrio. Debemos dominar el equilibrio entre el bien y el mal, lograr el equilibrio entre las polaridades para encontrar la armonía. En resumen, al comprender esto, se revela el camino hacia la Trascendencia. Equilibrar lo positivo con lo negativo no es tarea fácil, ya que nos encontramos en este plano material donde la Ley de la Dualidad se manifiesta con fuerza. Sin embargo, si nos entrenamos para dominar ambas polaridades, encontraremos este equilibrio, aunque sea momentáneo. Además, cuanto más practiquemos, más fácil será encontrar el camino que conduce a esto con mayor frecuencia.

Ate: S. K. T. Luis (Tempelriddaren).

Pase Oriente Eterno del M:.I:.P:.H:. Alfredo Corbani 3° 33° 99°

La G:. Lo:. R:. A:.I:.L:.H:. lamenta informar el pase a Oriente Eterno del MIPH Alfredo Corbani 3° 33° 99°, quien fue primer Presidente de la Alianza Masónica de la República Argentina. D:. D:. D:.

Sobre el MIPH Alfredo Corbani 3° 33° 99° *

Tuvo un recorrido masónico de 50 años de luz.

Iniciado en la Gran Logia Argentina. Alcanzó el grado 18° en el Capítulo Rosa Cruz de su Supremo Consejo del R:. E:. A:. A:.

Posteriormente , obtiene el 95° en el Rito Memphis Mirian, línea francesa de Robert Ambelain.

También fue miembro reconocido de la Derecho Humano.
Fue V:. M:. de todas las logias en dónde práctico masonería.
Perteneció al distrito inglés hasta la guerra de malvinas.

Soberano Gran Comendador por dos periodos del Gran Oriente Multi Ritualístico de Argentina.

Incursionó en Ordenes iniciaticas como: Gnosis, Rosa Cruz AMOC, Pitagoricos, Martinistas, Elu Cohan, Caballeros de Cristo.

Siempre, sus Ceremonias preferidas eran las Iniciaciones.

Su persona

Lic. Relaciones Públicas. Técnico en Seguridad.
Amante de la astronomía y las matemáticas. Apasionado, Severo defensor y transmisor de los principios de la orden.
Reconocido por su trayectoria y notoriedad a la hora de exponer sus ideas.
Ameno narrador de historias personales en torno a su trayectoria masónica ya que ademas conoció a las leyendas masónicas por ser contemporáneo de Lapas, Wilson, Marín, etc…
Un antiguo hermano que entendió fácilmente la necesidad de que las mujeres sean parte.
Descendiente de italianos y muy apegado a su familia.
Entusiasta a la hora de construir cosas nuevas y pelear por lo que consideraba correcto.
No le intereso la masoneria elitista. Solo quería enseñar y compartir.
A pesar de su trayectoria y su edad, esperaba ansioso las tenidas…lo disfrutaba muchísimo. Se involucraba siempre en todos los asuntos.

Amante del ajedrez, carpintería y jardinería.

* Agradecemos a Cecilia Borau la información brindada.

El Infierno de Dante Alighieri

¿Sabías que Dante Alighieri, el padre de la lengua italiana, fue condenado a muerte en ausencia y pasó 20 años en el exilio mientras escribía su obra maestra? El autor de «La Divina Comedia» no fue solo un poeta, sino un político fracasado cuyo destierro forjó uno de los viajes literarios más influyentes de la historia.

En 1302, cuando Florencia cayó bajo el control de los Güelfos Negros, Dante -entonces priore (alto magistrado) de la ciudad- fue acusado de corrupción y malversación. Los documentos judiciales descubiertos en 2005 en los Archivos del Estado Florentino muestran que su sentencia incluía ser quemado vivo si regresaba. Este trauma personal se transformó en arte: cada círculo del Infierno en su obra refleja su crítica a los líderes florentinos. El Papa Bonifacio VIII, su gran enemigo, aparece en el octavo círculo, reservado para los simoníacos.

Lo más fascinante es cómo mezcló venganza y teología. Dante colocó a sus contemporáneos en el Infierno con detalles precisos (como el conde Ugolino mordiendo eternamente la cabeza de su rival), mientras elevaba a sus aliados al Paraíso. Estudios de la Universidad de Oxford revelan que el 73% de los personajes en el Infierno eran florentinos reales que Dante conocía. Su genio fue convertir rencores personales en una cosmovisión universal.

El exilio también cambió su lenguaje. Abandonando el latín académico, escribió en toscano vernáculo, creando accidentalmente el estándar del italiano moderno. Manuscritos recientemente digitalizados muestran sus borradores con correcciones donde sustituía palabras latinas por expresiones populares. Cuando terminó el Paraíso en 1321, pocos meses antes de morir en Rávena, había creado no solo un poema, sino un idioma.

Hoy, cuando los turistas pasan frente a su reconstruida casa en Florencia (demolida tras su exilio), pocos saben que la ciudad que lo condenó ahora se enorgullece del «sommo poeta». La ironía hubiera divertido a Dante: el hombre que imaginó el Infierno como venganza literaria terminó siendo canonizado por los mismos descendientes de quienes lo exiliaron. Como escribió en el canto XXV del Purgatorio: «La fama es como el viento, que unas veces viene de aquí, otras de allá, y cambia nombre porque cambia dirección».

Crónica de José Martí. Los Mártires de Chicago, por José Martí para La Nación

Juventud

Crónica de José Martí. Los Mártires de Chicago, por José Martí para La Nación

El 1 de Mayo no es un feriado más ni una fiesta. Lo estableció la Internacional Socialista en 1889 como jornada universal por las 8 horas de trabajo y en homenaje a los llamados «Mártires de Chicago», Engel, Spies, Parsons y Fischer, ahorcados el 11 de noviembre de 1887. José Martí, como periodista cubrió la noticia y su nota fue publicada por el diario La Nación bajo el nombre de “Un drama terrible”. Este es su relato.

Sábado 2 de mayo de 2020 17:10

Un drama terrible

Nueva York, Noviembre 13 de 1887

Señor Director de La Nación:

Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, ni al que las narra.
Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibio en su defensa.
Ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen.

En procesión solemne, cubiertos los féretros de florea y los rostros de sus sectarios de luto, acaban de ser llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño.
Acusados de autores o cómplices de la muerte espantable de uno de los policías que, intimó la dispersión del concurso reunido, para protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de la policía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la huelga: acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causó después la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridas graves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince años de penitenciaría y a pena de horca a siete.
Jamás, desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación precipitada por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso.
La república entera ha peleado, con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de un abogado benévolo, una niña enamorada de uno de los presos, y una mestiza de india y español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a su mantenimiento.
Amedrentada la república por el poder creciente de la casta llana, por el acuerdo súbito de las masas obreras, contenido sólo ante las rivalidades de sus jefes, por el deslinde próximo de la población nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos que agitan las sociedades europeas, determinó valerse por un convenio tácito semejante a la complicidad, de un crimen nacido de sus propios delitos tanto como del fanatismo de los criminales, para aterrar con el ejemplo de ellos, no a la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en un país de razón, sino a las tremendas capas nacientes. El horror natural del hombre libre al crimen, junto con el acervo encono del irlandés despótico que mira a este país como suyo y al alemán y eslavo como su invasor, pusieron de parte de los privilegios, en este proceso que ha sido una batalla, una batalla mal ganada e hipócrita, las simpatías y casi inhumana ayuda de los que padecen de los mismos males, el mismo desamparo, el mismo bestial trabajo, la misma desgarradora miseria cuyo espectáculo constante encendió en los anarquistas de Chicago tal ansia de remediarlos que les embotó el juicio.
Avergonzados los unos y temerosos de la venganza bárbara los otros, acudieron, ya cuando el carpintero ensamblaba las vigas del cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado, anciano flojo rendido a la súplica y a la lisonja de la casta rica que le pedía que, aun a riesgo de su vida, salvara a la sociedad amenazada.
Tres voces nada más habían osado hasta entonces interceder, fuera de sus defensores de oficio y sus amigos naturales; por los que, so pretexto de una acusación concreta que no llegó a probarse, so pretexto de haber procurado establecer el reino del terror, morían víctimas del terror social: Howells, el novelista bostoniano que al mostrarse generoso sacrificó fama y amigos; Adler, el pensador cauto y robusto que vislumbra en la pena de nuestro siglo el mundo nuevo; y Train, un nomaníaco que vive en la plaza pública dando pan a los pájaros y hablando con los niños.
Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en el aire, embutidos en sayones blancos.
Ya, sin que haya más fuego en las estufas, ni más pan en las despensas, ni más justicia en el reparto social, ni más salvaguardia contra el hambre de los útiles, ni más luz y esperanza para los tugurios, ni más bálsamo para todo lo que hierve y padece, pusieron en un ataúd de nogal los pedazos mal juntos del que, creyendo dar sublime ejemplo de amor a los hombres aventó su vida, con el arma que creyó revelada para redimirlos. Esta república, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos.
Como gotas de sangre que se lleva la mar eran en los Estados Unidos las teorías revolucionarias del obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana, ganaba aquel recién llegado el pan, y en su casa propia ponía de lado una parte para la vejez.
Pero vinieron luego la guerra corruptora, el hábito de autoridad y dominio que es su dejo amargo, el crédito que estimuló la creación de fortunas colosales y la inmigración desordenada, y la holganza de los desocupados de la guerra, dispuestos siempre, por sostener su bienestar y por la afición fatal del que ha olido sangre, a servir los intereses impuros que nacen de ella.
De una apacible aldea pasmosa se convirtió la república en una monarquía disimulada.
Los inmigrantes europeos denunciaron con renovada ira los males que creían haber dejado tras sí en su tiránica patria.
El rencor de los trabajadores del país, al verse víctimas de la avaricia y desigualdad de los pueblos feudales, estalló con más fe en la libertad que esperan ver triunfar en lo social como triunfa en lo político.
Habituados los del país a vencer sin sangre por la fuerza del voto, ni entienden ni excusan a los que, nacidos en pueblos donde el sufragio es un instrumento de la tiranía, sólo ven en su obra despaciosa una faz nueva del abuso que flagelan sus pensadores, desafían sus héroes, y maldicen sus poetas. Pero, aunque las diferencias esenciales en las práoticas políticas y el desacuerdo y rivalidad de las razas que va se disputan la supremacía en esta parte del continente, estorbasen la composición inmediata de un formidable partido obrero con unánimes métodos y fines, la identidad del dolor aceleró la acción concertada de todos los que lo padecen, y ha sido neasario un acto horrendo, por mas que fuese consecuenia natural de las pasiones encendidas, para que los que arrancan con invencible ímpetu de la misma desventura interrumpan su labor, su labor de desarraigar y recomponer, mientras quedan por su ineficacia condenados los recursos sangrientes de que por un amor insensato a la justicia echan mano los que han perdido fe en la libertad.
En el Oeste recién nacido, donde no pone tanta traba a los elementos nuevos la influencia imperante de una sociedad antigua, como la del Este, reflejada en su literatura y en sus hábitos; donde la vida como más rudimentaria facilita el trato íntimo entre los hombres, más fatigados y dispersos en las ciudades de mayor extensión y cultura; donde la misma rapidez asombrosa del crecimiento, acumulando los palacios de una parte y las factorías, y de otra la miserable muchedumbre, revela a las claras la iniquidad del sistema que castiga al más laborioso con el hambre, al más generoso con la persecución, al padre útil con la miseria de sus hijos, -en el Oeste, donde se juntan con su mujer y su prole los obreros necesitados a leer los libros que enseñan las causas y proponen los remedios de su desdicha; donde justificados a sus propios ojos por el éxito de sus fábricas majestuosas, extreman los dueños, en el precipicio de la prosperidad, los métodos injustos y el trato áspero con que la sustentan; donde tiene en fermento a la masa obrera la levadura alemana, que sale del país imperial, acosada e inteligente, vomitando sobre la patria inicua las tres maldiciones terribles de Heine; en el Oeste y en su metrópoli Chicago sobre todo, hallaron expresión viva los descontentos de la masa obrera, los consejos ardientes de sus amigos, y la rabia amontonada por el descaro e inclemencia de sus señores.
Y como todo tiende a la vez a lo grande y a lo pequeño, tal como el agua que va de mar a vapor y de vapor a mar, el problema humano, condensado en Chicago por la merced de las instituciones libres, a la vez que infundía miedo o esperanza por la república y el mundo, se convertía, en virtud de los sucesos de la ciudad y las pasiones de sus hombres, en un problema local, agrio y colérico.
El odio a la injusticia se trocaba en odio a sus representantes.
La furia secular, caída por herencia, mordiendo y consumiendo como la lava, en hombres que, por lo férvido de su compasión, veíanase como entidades sacras, se concentró, estimulada por loa resentimientos individuales, sobre los que insistían en los abusos que la provocan. La mente, puesta a obrar, no cesa; el dolor, puesto a bullir, estalla; la palabra, puesta a agitar, se desordena; la vanidad, puesta a lucir, arrastra; la esperanza, puesta en acción, acaba en el triunfo o la catástrofe: “¡para el revolucionario, dijo Saint-Just, no hay más descanso que la tumba!”
¿Qué revela apenas a las mentes sumas que ven hervir el mundo sentados, con la mano sobre el sol, en la cumbre del tiempo? ¿Quién que trata con hombres no sabe que, siendo en ellos más la carne que la luz, apenas conocen lo que palpan, apenas vislumbran la superficie, apenas ven más que lo que les lastima o lo que desean; apenas conciben más que el viento que les da en el rostro, o el recurso aparente, y no siempre real, que puede levantar obstáculo al que cierra el paso a su odio, soberbia o apetito? ¿Quién que sufre de los males humanos, por muy enfrenada que tenga su razón, no siente que se le inflama y extravia cuando ve de cerca, como si le abofeteasen, como si lo cubriesen de lodo, como si le manchasen de sangre las manos, una de esas miserias sociales que bien pueden mantener en estado de constante locura a los que ven podrirse en ellas a sus hijos y a sus mujeres?
Una vez reconocido el mal, el ánimo generoso sale a buscarle remedio: una vez agotado el recurso pacífico, el ánimo generoso, donde labra el dolor ajeno como el gusano en la llaga viva, acude al remedio violento.
¿No lo decía lo decía Desmoulins? “Con tal de abrazar la libertad, ¿qué importa que sea sobre montones de cadáveres?”
Cegados por la generosidad, ofuscados por la vanidad, ebrios por la popularidad, adementados por la constante ofensa, por su impotencia aparente en las luchas del sufragio, por la esperanza de poder constituir en una comarca naciente su pueblo ideal, las cabezas vivas de esta masa colérica, educadas en tierras donde el voto, apenas nace, no se salen de lo presente, no osan parecer débiles ante los que les siguen, no ven que el único obstáculo en este pueblo libre para un cambio social sinceramente deseado está en la falta de acuerdo de los que lo solicitan, no creen, cansados ya de sufrir, y con la visión del falansterio universal en la mente, que por la paz pueda llegarse jamás en el mundo a hacer triunfar la justicia.
Júzganse como bestias acorraladas. Todo lo que va creciendo les parece que crece contra ellos. “Mi hija trabaja quince horas para ganar quince centavos.” “No he tenido trabajo este invierno porque pertenezca a una junta de obreros”
El juez los sentencia.
La policía, con el orgullo de la levita de paño y la autoridad, temible en el hombre inculto, los aporrea y asesina.
Tienen frio y hambre, viven en casas hediondas.
¡América es, pues, lo mismo que Europa!
No comprenden que ellos son mera rueda del engrane social, y hay que cambiar, para que ellas cambien, todo el engranaje. El jabalí perseguido no oye la música del aire alegre, ni el canto del universo, ni el andar grandioso de la fábrica cósmica: el jabalí clava las ancas contra un tronco oscuro, hunde el colmillo en el vientre de su perseguidor, y le vuelca el redaño.
¿Dónde hallará esa masa fatigada, que sufre cada día dolores crecientes, aquel divino estado de grandeza a que necesita ascender el pensador para domar la ira que la miseria innecesaria levanta? Todos los recursos que conciben, ya los han intentado. Es aquel reinado del terror que Carlyle pinta, “la negra y desesperada batalla de los hombres contra su condición y todo lo que los rodea”.
Y así como la vida del hombre se concentra en la médula espinal, y la de la tierra en las masas volcánicas, surgen de entre esas muchedumbres, erguidos y vomitando fuego, seres en quienes parece haberse amasado todo su horror, sus desesperaciones y sus lágrimas.
Del infierno vienen: ¿qué lengua han de hablar sino la del infierno?
Sus discursos, aun leídos, despiden centellas, bocanadas de humo, alimentos a medio digerir, vahos rojizos.
Este mundo es horrible: ¡créese otro mundo!; como en el Sinaí, entre truenos: como en el Noventa y Tres, de un mar de sangre: “¡mejor es hacer volar a diez hombres con dinamita, que matar a diez hombres, como en las fábricas, lentamente de hambre!”
Se vuelve a oír el decreto de Moctezuma: “¡Los dioses tienen sed!”
Un joven bello, que se hace retratar con las nubes detrás de la cabeza y el sol sobre el rostro, se sienta a una mesa de escribir, rodeado de bombas, cruza las piernas, enciende un cigarro, y como quien junta las piezas de madera de una casa de juguete, explica el mundo justo que florecerá sobre la tierra cuando el estampido de la revolución social de Chicago, símbolo de la opresión del universo, reviente en átomos.
Pero todo era verba, juntas por los rincones, ejercicios de armas en uno que otro sótano, circulación de tres periódicos rivales entre dos mil lectores desesperados y, propaganda de los modos novísimos de matar -¡de qué son más culpables los que por vanagloria de libertad la permitían que los que por violenta generosidad la ejercitaban!
Donde los obreros enseñaron más la voluntad de mejorar su fortuna, más se enseñó por los que la emplean la decisión de resistirlos.
Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas. Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinábanse los capitalistas, castigábanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima la policía, ganas siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza.
Escuchados sólo por sus escasos sectarios, año sobre año venían reuniéndose los anarquistas, organizados en grupos, en cada uno de los cuales había una sección armada. En sus tres periódicos, de diverso matiz, abogaban públicamente por la revolución social; declaraban, en nombre de la humanidad, la guerra a la sociedad existente; decidían la ineficacia de procurar una conversión radical por medios pacíficos, y recomendaban el uso de la dinamita, como el arma santa del desheredado, y los modos de prepararla.
No en sombra traidora, sino a la faz de los que consideraban sus enemigos se proclamaban libres y rebeldes, para emancipar al hombre, se reconocían en estado de guerra, bendecían el descubrimiento de una sustancia que por su poder singular había de igualar fuerzas y ahorrar sangre, y excitaban al estudio y la fabricación del arma nueva, con el mismo frío horror y diabólica calma de un tratado común de balística: se ven círculos de color de hueso, -cuando se leen estas enseñanzas, -en un mar de humareda: por la habitación, llena de sombra, se entra un duende, roe una costilla humana, y se afila las uñas: para medir todo lo profundo de la desesperación del hombre, es necesario ver sí el espanto que suele en calma preparar supera a aquel contra el que, con furor de siglos, se levanta indignado, -es necesario vivir desterrado de la patria o de la humanidad.
Los domingos, el americano Parsons, propuesto una vez por sus amigos socialistas para la Presidencia de la República, creyendo en la humanidad como en su único Dios, reunía a sus sectarios para levantarles el alma basta el valor necesario a su defensa. Hablaba a saltos, a latigazos, a cuchilladas: lo llevaba lejos de sí la palabra encendida.
Su mujer, la apasionada mestiza en cuyo corazón caen como puñales los dolores de la gente obrera, solía, después de él, romper en arrebatado discurso, tal que dicen que con tanta elocuencia, burda y llameante, no se pintó jamás el tormento de las clases abatidas; rayos los ojos, metralla las palabras, cerrados los dos puños, y luego, hablando de las penas de una madre pobre, tonos dulcísimos e hilos de lágrimas.
Spies, el director del “Arbeiter Zeitung”, escribía como desde la cámara de la muerte, con cierto frío de huesa: razonaba la anarquía: la pintaba como la entrada deseable a la vida verdaderamente libre: durante siete años explicó sus fundamentos en su periódico diario, y luego la necesidad de la revolución, y por fin como Parsons en el “Alarm”, el modo de organizarse para hacerla triunfar.
Leerlo es como poner el pie en el vacío. ¿Qué le pasa al mundo que da vueltas?
Spies seguía sereno, donde la razón más firme siente que le falta el pie. Recorta su estilo como si descascarase un diamante. Narciso fúnebre, se asombra y complace de su grandeza. Mañana le dará su vida una pobre niña, una niña que se prende a la reja de su calabozo como la mártir cristiana se prendía de la cruz, y él apenas dejará caer de sus labios las palabras frías, recordando que Jesús, ocupado en redimir a los hombres, no amó a Magdalena.
Cuando Spies arengaba a los obreros, desembarazándose de la levita que llevaba bien, no era hombre lo que hablaba, sino silbo de tempestad, lejano y lúgubre. Era palabra sin carne. Tendía el cuerpo hacia sus oyentes, como un árbol doblado por el huracán: y parecía de veras que un viento helado salía de entre las ramas, y pasaba por sobre las cabezas de los hombres.
Metía la mano en aquellos pechos revueltos y velludos, y les paseaba por ante los ojos, les exprimía, les daba a oler las propias entrañas.
Cuando la policía acababa de dar muerte a un huelguista en una refriega, lívido subía al carro, la tribuna vacilante de las revoluciones, y con el horrendo incentivo su palabra seca relucía pronto y caldeaba, como un carcaj de fuego. Se iba luego solo por las calles sombrías.
Engel, celoso de Spies, pujaba por tener al anarquismo en pie de guerra, él a la cabeza de una compañía: él donde se enseñaba a cargar el rifle o apuntar de modo que diera en el corazón: él, en el sótano, las noches de ejercicio, “para cuando llegue la gran hora”: él, con su “Anarchist” y sus conversaciones, acusando a Spies de tibio, por envidia de su pensamiento: él solo era el puro, el inmaculado, el digno de ser oído: la anarquía, la que sin más espera deje a los hombres dueños de todo por igual, es la única buena: perinola el mundo y él, -y él, el mango: ¡bien iría el mundo hacia arriba, “cuando los trabajadores tuvieran vergüenza”, como la pelota de la perinola!
El iba de un grupo a otro: él asistía al comité general anarquista, compuesto de delegados de los grupos: él tachaba al comité de pusilánime y traidor, porque no decretaba “con los que somos, nada más, con estos ochenta que somos” la revolución de veras, la que quería Parsons, la que llama a la dinamita “sustancia sublime”, la que dice a los obreros que “vayan a tomar lo que les haga falta a las tiendas de State Street, que son suyas las tiendas, que todo es suyo”: él es miembro del “Lehr und Wehr Verein”, de que Spies es también miembro, desde que un ataque brutal de la policía, que dejó en tierra a muchos trabajadores, los provocó a armarse, a armarse para defenderse, a cambiar, como hacen cambiar siempre los ataques brutales, la idea del periódico por el rifle Springfield. Engel era el sol, como su propio rechoncho cuerpo: el “gran rebelde”, el “autónomo”.
¿Y Lingg? No consumía su viril hermosura en los amorzuelos enervantes que suelen dejar sin jugo al hombre en los años gloriosos de la juventud, sino que criado en una ciudad alemana entre el padre inválido y la madre hambrienta, conoció la vida por donde es justo que un alma generosa la odie. Cargador era su padre, y su madre lavandera, y él bello como Tannbauser o Lobengrin, cuerpo de plata, ojos de amor, cabello opulento, ensortijado y castaño. ¿A qué su belleza, siendo horrible el mundo? Halló su propia historia en la de la clase obrera, y el bozo le nació aprendiendo a hacer bombas. ¡Puesto que la infamia llega al riiión del globo, el estallido ha de llegar al cielo!
Acababa de llegar de Alemania: veintidós años cumplía: lo que en los demás es palabra, en él será acción: él, él solo, fabricaba bombas, porque, salvo en los hombres, de ciega energía, el hombre, ser fundador, sólo para libertarse de ella halla natural dar la muerte.
Y mientras Schwab, nutrido en la lectura de los poetas, ayuda a escribir a Spies, mientras Fielden, de bella oratoria, va de pueblo en pueblo levantando las almas al conocimiento de la reforma venidera, mientras Fischer alienta y Neebe organiza, él, en un cuarto escondido, con cuatro compañeros, de los que uno lo ha de traicionar, fabrica bombas, como en su “Ciencia de la guerra revolucionaria” manda Most, y vendada la boca, como aconseja Spies en el “Alarm”, rellena la esfera mortal de dinamita, cubre el orificio con un casquillo, por cuyo centro corre la mecha que en lo interior acaba en fulminante, y, cruzado de brazos, aguarda la hora.
Y así iban en Chicago adelantando las fuerzas anárquicas, con tal lentitud, envidias y desorden intestinos, con tal diversidad de pensamientos sobre la hora oportuna para la rebelión amada, con tal escasez de sus espantables recursos de guerra, y de los fieros artífices prontos a elaborarlos, que el único poder cierto de la anarquía, desmelenada dueña de unos cuantos corazones encendidos, era el furor que en un instante extremo produjese el desdén social en las masas que la rechazan. El obrero, que es hombre y aspira, resiste, con la sabiduría de la naturaleza, la idea de un mundo donde queda aniquilado el hombre; pero cuando, fusilado en granel por pedir una hora libre para ver a la luz del sol a sus hijos, se levanta del charco mortal apartándose de la frente, como dos cortinas rojas, las crenchas de sangre, puede el sueño de muerte de un trágico grupo de locos de piedad, desplegando las alas humeantes, revolando sobre la turba siniestra, con el cadáver clamoroso en las manos, difundiendo sobre los torvos corazones la claridad de la aurora infernal, envolver como turbia humareda las almas desesperadas.
La ley, ¿no los amparaba? La prensa exasperándolos con su odio en vez de aquietarlos con justicia, ¿no los popularizaba? Sus periódicos, creciendo en indignación con el desdén y en atrevimiento con la impunidad, ¿no circulaban sin obstáculos? Pues ¿qué querían ellos, puesto que es claro a sus ojos que se vive bajo abyecto despotismo, que cumplir el deber que aconseja la declaración de independencia derribándolo, y sustituirlo con una asociación libre de comunidades que cambien entre sí sus productos equivalentes, se rijan sin guerra por acuerdos mutuos y se eduquen conforme a ciencia sin distinción de raza, iglesia o sexo? ¿No se estaba levantando la nación, como manada de elefantes, que dormía en la yerba, con sus mismos dolores y sus mismos gritos? ¿No es la amenaza verosímil del recurso de fuerza, medio probable aunque peligroso, de obtener por intimidación lo que no logra el derecho? Y aquellas ideas suyas, que se iban atenuando con la cordialidad de los privilegiados tal como con su desafío se iban trocando en rifle y dinamita, ¿no nacían de lo más puro de la piedad, exaltada hasta la insensatez por el espectáculo de la miseria irremediable, y ungida, por la esperanza de tiempos justos y sublimes? ¿No había sido Parsons, el evangelista del jubileo universal, propuesto para la Presidencia de la República? ¿No había luchado Spies con ese programa en las elecciones como candidato a un asiento en el Congreso? ¿No les solicitaban los partidos políticos sus votos, con la oferta de respetar la propaganda de sus doctrinas? ¿Cómo habían de creer criminales los actos y palabras que les permitía la ley? Y ¿no fueron las fiestas, de sangre de la policía, ebria del vino del verdugo como toda plebe revestida de autoridad, las que decidieron a armarse a los más bravos?
Lingg, el recién llegado, odiaba con la terquedad del novicio a Spies, el hombre de idea, irresoluto y moroso: Spies, el filósofo del sistema, lo dominaba por aquel mismo entendimiento superior; pero aquel arte y grandeza que aún en las obras de destrucción requiere la cultura, excitaban la ojeriza del grupo exiguo de irreconciliables, que en Engel, enamorado de Lingg, veían su jefe propio. Engel, contento de verse en guerra con el universo, medía su valor por su adversario.
Parsons, celoso de Engel que le emula en pasión, se une a Spies, como el héroe de la palabra y amigo de las letras. Fielden, viendo subir en su ciudad de Londres la cólera popular creía, prendado de la patria cuyo egoísta amor prohíbe su sistema, ayudar con el fomento de la anarquía en América el triunfo difícil de los ingleses desheredados. Engel: -“ha llegado la hora”: Spies: -“¿habrá llegado esta terrible hora?“: Lingg, revolviendo con una púa de madera arcilla y nitroglicerina: -“¡ya verán, cuando yo acabe mis bombas, si ha llegado la hora!“: Fielden, que ve levantarse, contusa y temible de un mar a otro de los Estados Unidos, la casta obrera, determinada a pedir como prueba de su poder que el trabajo se reduzca a ocho horas diarias, recorre los grupos, unidos sólo hasta entonces en el odio a la opresión industrial y a la policía que les da caza y muerte, y repite: – “si, amigos, si no nos dejan ver a nuestros hijos al sol, ha llegado la hora”.

Entonces vino la primavera amiga de los pobres; y sin el miedo del frío, con la fuerza que da la luz, con la esperanza de cubrir con los ahorros del invierno las primeras hambres, decidió un millón de obreros, repartidos por toda la república, demandar a las fábricas que, en cumplimiento de la ley desobedecida, no excediese el trabajo de las ocho horas legales. ¡Quien quiera saber si lo que pedían era justo, venga aquí; véalos volver, como bueyes tundidos, a sus moradas inmundas, ya negra la noche; véalos venir de sus tugurios distantes, tiritando los hombres, despeinadas y lívidas las mujeres, cuando aún no ha cesado de reposar el mismo sol!
En Chicago, adolorido y colérico, segura de la resistencia que provocaba con sus alardes, alistado el fusil de motín, la policía, y, no con la calma de la ley, sino con la prisa del aborrecimiento, convidaba a los obreros a duelo.
Los obreros, decididos a ayudar por el recurso legal de la huelga su derecho, volvían la espalda a los oradores lúgubres del anarquismo y a los que magullados por la porra o atravesados por la bala policial, resolvieron, con la mano sobre sus heridas, oponer en el próximo ataque hierro a hierro.
Llegó marzo. Las fábricas, como quien echa perros sarnosos a la calle, echaron a los obreros que fueron a presentarles su demanda. En masa, como la orden de los Caballeros del Trabajo lo dispuso, abandonaron los obreros las fábricas. El cerdo se pudría sin envasadores que lo amortajaran, mugían desatendidos en los corrales los ganados revueltos; mudos se levantaban, en el silencio terrible, los elevadores de granos que como hilera de gigantes vigilan el río. Pero en aquella sorda calma, como el oriflama triunfante del poder industrial que vence al fin en todas las contiendas, salía de las segadoras de McCormick, ocupadas por obreros a quienes la miseria fuerza a servir de instrumentos contra sus hermanos, un hilo de humo que como negra serpiente se tendía, se enroscaba, se acurrucaba sobre el cielo azul.
A los tres días de cólera, se fue llenando una tarde nublada el Camino Negro, que así se llama el de McCormick, de obreros airados que subían calle arriba, con la levita al hombro, enseñando el puño cerrado al hilo de humo: ¿no va siempre el hombre, por misterioso decreto, adonde lo espera el peligro, y parece gozarse en escarbar su propia miseria?: “¡allí estaba la fábrica insolente, empleando, para reducir a los obreros que luchan contra el hambre y el frío, a las mismas víctimas desesperadas del hambre!: ¿no se va a acabar, pues, este combate por el pan y el carbón en que por la fuerza del mal mismo se levantan contra el obrero sus propios hermanos?: pues ¿no es ésta la batalla del mundo, en que los que lo edifican deben triunfar sobre los que lo explotan?: ¡de veras, queremos ver de qué lado llevan la cara esos traidores!” Y hasta ocho mil fueron llegando, ya al caer de la tarde; sentándose en grupos sobre las rocas peladas; andando en hileras por el camino tortuoso; apuntando con ira a las casuchas míseras que se destacan, como manchas de lepra, en el áspero paisaje.
Los oradores, que hablan sobre las rocas, sacuden con sus invectivas aquel concurso en que los ojos centellean y se ven temblar las barbas. El orador es un carrero, un fundidor, un albañil: el humo de McCormick caracolea sobre el molino: ya se acerca la hora de salida: “¡a ver qué cara nos ponen esos traidores!”: “¡fuera, fuera ese que habla, que es un socialista! . . .”
Y el que habla, levantando como con las propias manos los dolores más recónditos de aquellos corazones iracundos, excitando a aquellos ansiosos padres a resistir hasta vencer, aunque los hijos les pidan pan en vano, por el bien duradero de los hijos, el que habla es Spies: primero lo abandonan, después lo rodean, después se miran, se reconocen en aquella implacable pintura, lo aprueban y aclaman: “¡ése, que sabe hablar, para que hable en nuestro nombre con las fábricas!” Pero ya los obreros han oído la campana de la suelta en el molino: ¿qué importa lo que está diciendo Spies?: arrancan todas las piedras del camino, corren sobre la fábrica, ¡y caen en trizas todos los cristales! ¡Por tierra, al ímpetu de la muchedumbre, el policía que le sale al paso!; “¡aquéllos, aquéllos son, blancos como muertos, los que por el salario de un día ayudan a oprimir a sus hermanos!” ¡piedras! Los obreros del molino, en la torre, donde se juntan medrosos, parecen fantasmas: Vomitando fuego viene camino arriba, bajo pedrea rabiosa, un carro de patrulla de la policía, uno al estribo vaciando el revólver, otro al pescante, los de adentro agachados se abren paso a balazos en la turba, que los caballos arrollan y atropellan: saltan del carro, fórmanse en batalla, y cargan a tiros sobre la muchedumbre que a pedradas y disparos locos se defiende. Cuando la turba acorralada por las patrullas que de toda la ciudad acuden, se asila, para no dormir, en sus barrios donde las mujeres compiten en ira con los hombres, a escondidas, a fin de que no triunfe nuevamente su enemigo, entierran los obreros seis cadáveres.
¿No se ve hervir todos aquellos pechos? ¿juntarse a los anarquistas? ¿escribir Spies un relato ardiente en su “Arbeiter Zeitung”? ¿reclamar Engel la declaración de que aquélla es por fin la hora? ¿poner Lingg, que meses atrás fue aporreado en la cabeza por la patrulla, las bombas cargadas en un baúl de cuero? ¿acumularse, con el ataque ciego de la policía, el odio que su brutalidad ha venido levantando? “¡A las armas, trabajadores! dice Spies en una circular fogosa que todos leen estremeciéndose: “¡a las armas, contra los que os matan porque ejercitáis vuestros derechos de hombre!” “¡Mañana nos reuniremos”-acuerdan los anarquistas- “y de manera y en lugar que les cueste caro vencernos si nos atacan!” “Spies, pon ruhe en tu “Arbeiter”: Ruhe quiere decir que todos debemos ir armados.” Y de la imprenta del “Arbeiter” salió la circular que invitaba a los obreros, con permiso del corregidor, para reunirse en la plaza de Haymarket a protestar contra los asesinatos de la policía.
Se reunieron en número de cincuenta mil, con sus mujeres y sus hijos, a oír a los que les ofrecían dar voz a su dolor; pero no estaba la tribuna, como otras veces, en lo abierto de la plaza, sino en uno de sus recodos, por donde daba a dos oscuras callejas. Spies, que había borrado del convite impreso las palabras: “Trabajadores a las armas”, habló de la injuria con cáustica elocuencia, mas no de modo que sus oyentes perdieran el sentido, sino tratando con singular moderación de fortalecer sus ánimos para las reformas necesarias: “¿Es esto Alemania, o Rusia, o España?” decía Spies, Parsons, en los instantes mismos en que el corregidor presenciaba la junta sin interrumpirla, declamó, sujeto por la ocasión grave y lo vasto del concurso, uno de sus editoriales cien veces impunemente publicados. Y en el instante en que Fielden preguntaba en bravo arranque si, puestos a morir, no era lo mismo acabar en un trabajo bestial o caer defendiéndose contra el enemigo, -nótase que la multitud se arremolina; que la policía, con fuerza de ciento ochenta, viene revólver en mano, calle arriba. Llega a la tribuna: intima la dispersión; no cejan pronto los trabajadores; “¿qué hemos hecho contra la paz?”, dice Fielden saltando del carro; rompe la policía el fuego.
Y entonces se vio descender sobre sus cabezas, caracoleando por el aire, un hilo rojo. Tiembla la tierra; húndese el proyectil cuatro pies en su seno; caen rugiendo, unos sobre otros, los soldados de las dos primeras líneas; los gritos de un moribundo desgarran el aire. Repuesta la policía, con valor sobrehumano, salta por sobre sus compañeros a bala graneada contra los trabajadores que le resisten: “¡huimos sin disparar un tiro!” dicen unos; “apenas intentamos resistir”, dicen otros; “nos recibieron a fuego raso”, dice la policía. Y pocos instantes después no había en el recodo funesto más que camillas, pólvora y humo. Por zaguanes y sótanos escondían otra vez los obreros a sus muertos. De los policías, uno muere en la plaza: otro, que lleva la mano entera metida en la herida, la saca para mandar a su mujer sin último aliento; otro, que sigue a pie, va agujereado de pis a cabeza; y los pedazos de la bomba de dinamita, al rasar la carne, la habían rebanado como un cincel.

¿Pintar el terror de Chicago, y de la República? Spies les parece Robespierre; Engel, Marat; Parsons, Dantón. ¿Qué?: ¡menos!; ésos son bestias feroces, Tinvilles, Henriots, Chaumettes, ¡los que quieren vaciar el mundo viejo por un caño de sangre, los que quieren abonar con carne viva el mundo! ¡A lazo cáceseles por las calles, como ellos quisieron cazar ayer a un policía! ¡salúdeseles a balazos por dondequiera que asomen, como sus mujeres saludaban ayer a los “traidores” con huevos podridos! ¿No dicen, aunque es falso, que tienen los sótanos llenos de bombas? ¿No dicen, aunque es falso también, que sus mujeres, furias verdaderas, derriten el plomo, como aquellas de París que arañaban la pared para dar cal con que hacer pólvora a sus maridos? ¡Quememos este gusano que nos come! ¡Ahí están, como en los motines del Terror, asaltando la tienda de un boticario que denunció a la policía el lugar de sus juntas, machacando sus frascos, muriendo en la calle como perros, envenenados con el vino de colchydium! ¡Abajo la cabeza de cuantos la hayan asomado! ¡A la horca las lenguas y los pensamientos! Spies, Schwab y Fischer caen presos en la imprenta, donde la policía halla una carta de Johann Most, carta de sapo, rastrera y babosa, en que trata a Spies como íntimo amigo, y le habla de las bombas, de “la medicina”, y de un rival suyo, de Paulus el Grande “que anda que se lame por los pantanos de ese perro periódico de Shevitch”. A Fielden, herido, lo sacan de su casa. A Engel y a Neebe, de su casa también. Y a Lingg, de su cueva: ve entrar al policía; le pone al pecho un revólver, el policía lo abraza: y él y Lingg, que jura y maldice, ruedan luchando, levantándose, cayendo en el zaquizamí lleno de tuercas, escoplos y bombas: las mesas quedan sin pie, las sillas sin espaldar; Lingg casi tiene ahogado a su adversario, cuando cae sobre él otro policía que lo ahoga: ¡ni inglés habla siquiera este mancebo que quiere desventar la ley inglesa! Trescientos presos en un día. Está espantado el país, repletas las cárceles.
¿El proceso? Todo lo que va dicho, se pudo probar; pero no que los ocho anarquistas, acusados del asesinato del policía Degan, hubiesen preparado, ni encubierto siquiera, una conspiración que rematase en su muerte. Los testigos fueron los policías mismos, y cuatro anarquistas comprados, uno de ellos confeso de perjurio. Lingg mismo, cuyas bombas eran semejantes, como se vio por el casquete, a la de Haymarket, estaba, según el proceso, lejos de la catástrofe. Parsons, contento de su discurso, contemplaba la multitud desde una casa vecina. El perjuro fue quien dijo, y desdijo luego, que vio a Spies encender el fósforo con que se prendió la mecha de la bomba. Que Lingg cargó -con otro hasta un rincón cercano a la plaza el baúl de cuero. Que la noche de los seis muertos del molino acordaron los anarquistas, a petición de Engel, armarse para resistir nuevos ataques, y publicar en el “Arbeiter” la palabra “ruhe”. Que Spies estuvo un instante en el lugar donde se tomó el acuerdo. Que en su despacho había bombas, y en una u otra casa rimeros de “manuales de guerra revolucionaria”. Lo que sí se probó con prueba plena, fue que, según todos los testigos adversos, el que arrojó la bomba era un desconocido. Lo que sí sucedió fue que Parsons, hermano amado de un noble general del Sur, se presentase un día espontáneamente en el tribunal a compartir la suerte de sus compañeros. Lo que si estremece es la desdicha de la leal Nina Van Zandt, que prendada de la arrogante hermosura y dogma humanitario de Spies, se le ofreció de esposa en el dintel de la muerte, y -de mano de su madre, de distinguida familia, casó en la persona de su hermano con el preso; llevó a su reja día sobre día el consuelo de su amor, libros y flores; publicó con sus ahorros, para allegar recursos a la defensa, la autobiografía soberbia y breve de su desposado: y se fue a echar de rodillas a los pies del gobernador. Lo que sí pasma es la tempestuosa elocuencia de la mestiza Lucy Parsons, que paseó los Estados Unidos, aquí rechazada, allí silbada, allá presa, hoy seguida de obreros llorosos, mañana de campesinos que la echan como a bruja, después de catervas crueles de chicuelos, para “pintar al mundo el horror de la condición de castas infelices, mayor mil veces que el de los medios propuestos para terminarlo”. ¿El proceso? Los siete fueron condenados a muerte en la horca, y Neebe a la penitenciaría, en virtud de un cargo especial de conspiración de homicidio de ningún modo probado, por explicar en la prensa y en la tribuna las doctrinas cuya propaganda les permitía la ley; ¡y han sido castigadas en Nueva York, en un caso de excitación directa a la rebeldía, con doce meses de cárcel y doscientos cincuenta pesos de multa! ¿Quién que castiga crímenes, aun probados, no tiene en cuenta las circunstancias que los precipitan, las pasiones que los atenúan, y el móvil con que se cometen? Los pueblos, como los médicos, han de preferir prever la enfermedad, o curarla en sus raíces, a dejar que florezca en toda su pujanza para combatir el mal desenvuelto por su propia culpa, con medios sangrientos y desesperados.
Pero no han de morir los siete. El año pasa. La Suprema Corte, en dictamen indigno del asunto, confirma la sentencia de muerte. ¿Qué sucede entonces, sea remordimiento o miedo, que Chicago pide clemencia con el mismo ‘ardor con que pidió antes castigo: que los gremios obreros de la república envían al fin a Chicago sus representantes para que intercedan por los culpables de haber amado la causa obrera con exceso; que iguala el clamor de odio de la nación al impulso de piedad de los que asistieron, desde la crueldad que lo provocó al crimen?
La prensa entera, de San Francisco a Nueva York, falseando el proceso, pinta a los siete condenados como bestias dañinas, pone todas las mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen de los policías despedazados por la bomba; describe sus hogares desiertos, sus niños rubios como el oro, sus desoladas viudas. ¿Qué hace ese viejo gobernador, que no confirma la sentencia? ¡Quién nos defenderá mañana, cuando se alce el monstruo obrero, si la policía ve que el perdón de sus enemigos los anima a reincidir en el crimen! ¡Qué ingratitud para con la policía, no matar a esos hombres! “¡No!“, grita un jefe de la policía, a Nina Van Zandt, que va con su madre a pedirle una firma de clemencia sin poder hablar del llanto. ¡Y ni una mano recoge de la pobre criatura el memorial que uno por uno, mortalmente pálida, les va presentando!
¿Será vana la súplica de Félix Adler, la recomendación de los jueces del Estado, el alegato magistral en que demuestra la torpeza y crueldad de la causa Trumbull? La cárcel es jubileo: de la ciudad salen y entran repletos los trenes: Spies, Fielden y Schwab han firmado, a instancias de su abogado, una carta al gobernador donde aseguran no haber intentado nunca recursos de fuerza: los otros no, los otros escriben al gobernador cartas osadas: “¡la libertad, o la muerte, a que no tenemos miedo!” ¿Se salvará ese cínico de Spies, ese implacable Engel, ese diabólico Parsons? Fielden y Schwab acaso se salven, porque el proceso dice de ellos poco, y, ancianos como son, el gobernador los compadece, que es también anciano.
En romería van los abogados de la defensa, los diputados de los gremios obreros, las madres, esposas y hermanas de los reos, a implorar por su vida, en recepción interrumpida por los sollozos, ante el gobernador. ¡Allí, en la hora real, se vio el vacío de la elocuencia retórica! ¡Frases ante la muerte! “Señor, dice un obrero, ¿condenarás a siete anarquistas a morir porque un anarquista lanzó una bomba contra la policía, cuando los tribunales no han querido condenar a la policía de Pinkerton, porque uno de sus soldados mató sin provocación de un tiro a un niño obrero?” Sí: el gobernador los condenará; la república entera le pide que los condene para ejemplo: ¿quién puso ayer en la celda de Lingg las cuatro bombas que descubrieron en ella los llaveros?: ¿de modo que esa alma feroz quiere morir sobre las ruinas de la cárcel, símbolo a sus ojos de la maldad del mundo? ¿a quién salvará por fin el gobernador Oglesby la vida?
¡No será a Lingg, de cuya celda, sacudida por súbita explosión sale, como el vapor de un cigarro, un hilo de humo azul! Allí está Lingg tendido vivo, despedazado, la cara un charco de sangre, los dos ojos abiertos entre la masa roja: se puso entre los dientes una cápsula de dinamita que tenía oculta en el lujoso cabello, con la bujía encendió la mecha, y se llevó la cápsula a la barba: lo cargan brutalmente: lo dejan caer sobre el suelo del baño: cuando el agua ha barrido los coágulos, por entre los jirones de carne caída se le ve la laringe rota, y, como las fuentes de un manantial, corren por entre los rizos de su cabellera, vetas de sangre. ¡Y escribió! ¡Y pidió que lo sentaran! ¡Y murió a las seis horas -cuando ya Fielden y Schwab estaban perdonados, cuando convencidas de la desventura de sus hombres, las mujeres, las mujeres sublimes, están llamando por última vez, no con flores y frutas como en los días de la esperanza, sino pálidas como la ceniza, a aquellas bárbaras puertas!
La primera es la mujer de Fischer: ¡la muerte se le conoce en los labios blancos! Lo esperó sin llorar: pero ¿saldrá viva de aquel abrazo espantoso?: ¡así, así se desprende el alma del cuerpo! El la arrulla, le vierte miel en los oídos, la levanta contra su pecho, la besa en la boca, en el cuello, en la espalda. “¡Adiós!”: la aleja de sí, y se va a paso firme, con la cabeza baja y los brazos cruzados. Y Engel ¿cómo recibe la visita postrera de su hija? ¿no se querrán, que ni ella ni él quedan muertos? ¡oh, sí la quiere, porque tiemblan los que se llevaron del brazo a Engel al recordar, como de un hombre que crece de súbito entre sus ligaduras, la luz llorosa de su última mirada! “¡Adiós, mi hijo!” dice tendiendo los brazos hacia él la madre de Spies, a quien sacan lejos del hijo ahogado, a rastras. “¡Oh, Nina, Nina!” exclama Spies apretando a su pecho por primera y última vez a la viuda que no fue nunca esposa: y al borde de la muerte se la ve florecer, temblar como la flor, deshojarse como la flor, en la dicha terrible de aquel beso adorado.
No se la llama desmayada, no; sino que, conocedora por aquel instante de la fuerza de la vida y la beldad de la muerte, tal como Ofelia vuelta a la razón, cruza, jacinto vivo, por entre los alcaldes, que le tienden respetuosos la mano. Y a Lucy Parsons no la dejaron decir adiós a su marido, porque lo pedía, abrazada a sus hijos, con el calor y la furia de las llamas.
Y ya entrada la noche y todo oscuro en el corredor de la cárcel pintado de cal verdosa, por sobre el paso de los guardias con la escopeta al hombro, por sobre el voceo y risas de los carceleros y escritores, mezclado de vez en cuando a un repique de llaves, por sobre el golpeo incesante del telégrafo que el “Sun” de Nueva York tenía en el mismo corredor establecido, y culebreaba, reñía, se desbocaba, imitando, como una dentadura de calavera, las inflexiones de la voz del hombre, por sobre el silencio que encima de todos estos ruidos se cernía, oíanse los últimos martillazos del carpintero en el cadalso. Al fin del corredor se levantaba el cadalso. “¡Oh, las cuerdas son buenas: ya las probó el alcaide!” “El verdugo halará, escondido en la garita del fondo, de la cuerda que sujeta el pestillo de la trampa.” “La trampa está firme, a unos diez pies del suelo.” “No: los maderos de la horca no son nuevos: los han repintado de ocre, para que parezcan bien en esta ocasión; porque todo ha de hacerse decente, muy decente.” “Sí, la milicia está a mano: y a la cárcel no se dejará acercar a nadie.” “¡De veras que Lingg era hermoso!” Risas, tabacos, brandy, humo que ahoga en sus celdas a los reos despiertos. En el aire espeso y húmedo chisporrotean, cocean, bloquean, las luces eléctricas. Inmóvil sobre la baranda de las celdas, mira al cadalso un gato… ¡cuando de pronto una melodiosa voz, llena de fuerza y sentido, la voz de uno, de estos hombres a quienes se supone fieras humanas, trémula primero, vibrante enseguida, pura luego y serena, como quien ya se siente libre de polvo y ataduras, resonó en la celda de Engel, que, arrebatado por el éxtasis, recitaba “El Tejedor” de Henry Keine, como ofreciendo al cielo el espíritu, con los dos brazos en alto:

Con ojos secos, lúgubres y ardientes,
Rechinando los dientes,
Se sienta en su telar el tejedor:
¡Germania vieja, tu capuz zurcimos!
Tres maldiciones en la tela urdimos;
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso Dios que implora en vano,
En invierno tirano
Muerto de hambre el jayán en su obrador!
¡En vano fue la queja y la esperanza!
Al Dios que nos burló, guerra y venganza:
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso rey del poderoso
Cuyo pecho orgulloso
Nuestra angustia mortal no conmovió!
¡El último doblón nos arrebata,
Y como a perros luego el rey nos mata!
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso Estado en que florece,
Y como yedra crece
Vasto y sin tasa el público baldón;
Donde la tempestad la flor avienta
Y el gusano con podre se sustenta!
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Corre, corre sin miedo, tela mía!
¡Corre bien noche y día
Tierra maldita, tierra sin honor!
Con mano firme tu capuz zurcimos:
Tres veces, tres, la maldición urdimos:
¡Adelante, adelante el tejedor!

Y rompiendo en sollozos se dejó Engel caer sentado en su litera, hundiendo en las palmas el rostro envejecido. Muda lo había escuchado la cárcel entera, los unos como orando, los presos asomados a los barrotes, estremecidos los escritores y los alcaides, suspenso el telégrafo, Spies a medio sentar. Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos, como quien va a emprender el vuelo.
El día sorprendió a Engel hablando entra sus guardas, con la palabra voluble del condenado a muerte, sobre lances curiosos de su vida de conspirador; a Spies, fortalecido por el largo sueño; a Fischer, vistiéndose sin prisa las ropas que se quitó al empezar la noche, para descansar mejor ; a Parsons, cuyos labios se mueven sin cesar, saltando sobre sus vestidos, después de un corto sueño histérico.
“¡Oh, Fischer, cómo puedes estar tan sereno, cuando el alcaide que ha de dar la señal de tu muerte, rojo por no llorar, pasea como una fiera la alcaidía!” – “Porque” -responde Fischer, clavando una mano sobre el brazo trémulo del guarda y mirándole de lleno en los ojos “creo que mi muerte ayudará a la causa con que me desposé desde que comencé mi vida, y amo yo más que a mi vida misma, la causa del trabajador, ¡y porque mi sentencia es parcial, ilegal e injusta!” “¡Pero, Engel, ahora que son las ocho de la mañana, cuando ya sólo te faltan dos horas para morir, cuando en la bondad de las caras, en el afecto de los saludos, en los maullidos lúgubres del gato, en el rastreo de las voces, y los pies, estás leyendo que la sangre se te hiela, cómo no tiemblas, Engel!” -“¿Temblar porque me han vencido aquellos a quienes hubiera querido yo vencer ? Este mundo no me parece justo; y yo he batallado, y batallo ahora con morir, para crear un mundo justo. ¿Qué me importa que mi muerte sea un asesinato judicial? ¿Cabe en un hombre que ha abrazado una causa tan gloriosa como la nuestra desear vivir cuando puede morir por ella? ¡No: alcaide, no quiero drogas: quiero vino de Oporto!” Y uno sobre otro se bebe tres vasos… Spies, con las piernas cruzadas, como cuando pintaba para el “Arbeiter Zeitung” el universo dichoso, color de llama y hueso, que sucedería a esta civilización de esbirros y mastines, escribe largas cartas, las lee con calma, las pone lentamente en sus sobres, y una u otra vez deja descansar la pluma, para echar al aire, reclinado en su silla, como los estudiantes alemanes, bocanadas y aros de humo: oh, patria, rafs de la vida, que aun a los que te niegan por el amor más vasto a la humanidad, acudes y confortas, como aire y como luz, por mil medios sutiles! “Sí, alcalde, dice Spies, beberé un vaso de vino del Rhin!“… Fischer, Fischer alemán, cuando el silencio comenzó a ser angustioso, en aquel instante en que en las ejecuciones como en los banquetes callan a la vez, como ante solemne aparición, los concurrentes todos, prorrumpió, iluminada la faz por venturosa sonrisa, en las estrofas de “La Marsellesa” que cantó con la cara vuelta al cielo… Parsons a grandes pasos mide cuarto: tiene delante un auditorio enorme, un auditorio de ángeles que surgen resplandecientes de la bruma, y le ofrecen, para que como astro purificante cruce el mundo, la capa de fuego del profeta Elías: tiende las manos, como para recibir el don, vuélvese hacia la reja, como para enseñar a los matadores de su triunfo: gesticula, argumenta, sacude el puño alzado, y la palabra alborotada al dar contra los labios se le extingue, como en la arena movediza se confunden y perecen las olas.-
Llenaba de fuego el sol las celdas de tres de los reos, que rodeados de lóbregos muros parecían, como el bíblico, vivos en medio de las llamas, cuando el ruido improviso, los pasos rápidos, el cuchicheo ominoso, el alcalde y los carceleros que aparecen a sus rejas, el color de sangre que sin causa visible enciende la atmósfera, les anuncian, lo que oyen sin inmutarse, ¡que es aquélla la hora!
Salen de sus celdas al pasadizo angosto: ¿Bien?-“¡Bien!”; Se dan la mano, sonríen, crecen. “¡vamos!” El médico les había dado estimulantes: a Spies y a Fischer les trajeron vestidos nuevos; Engel no quiere quitarse sus pantuflas de estambre. Les leen la sentencia a cada uno en su celda; les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas: les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero: les echan por sobre la cabeza, como la túnica de los catecúmenos cristianos, una mortaja blanca: ¡abajo la concurrencia sentada en hileras de sillas delante del cadalso como en un teatro! Ya vienen por el pasadizo de las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante va el alcalde, lívido: al lado de cada reo, marcha un corchete. Spies va a paso grave, desgarradores los ojos azules, hacia atrás el cabello bien peinado, blanco como su misma mortaja, magnífica la frente: Fischer le sigue, robusto y poderoso, enseñándose por el cuello la sangre pujante, realzados por el sudario los fornidos miembros. Engel anda detrás a la manera de quien va a una casa amiga, sacudiéndose el sayón incómodo con los talones. Parsons, como si tuviese miedo a no morir, fiero, determinado, cierra la procesión a paso vivo. Acaba el corredor, y ponen el pie en la trampa: las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas.
Plegaria es el rostro de Spies; el de Fischer, firmeza, el de Parsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reír con un chiste a su corchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda. Les atan las piernas, al uno tras el otro, con una correa. A Spies el primero, a Fischer, a Engel, a Parsons, les echan sobre la cabeza, como el apagavelas sobre las bujías, las cuatro caperuzas. Y resuena la voz de Spies, mientras están cubriendo las cabezas de sus compañeros, con un acento que a los que lo oyen la entra en las carnes: “La voz que vais a sofocar será más poderosa en lo futuro, que cuantas palabras pudiera yo decir ahora.” Fischer dice, mientras atiende el corchete a Engel: “¡Este es el momento más feliz de mi vida!” “¡Hurra por la anarquía!” dice Engel, que había estado moviendo bajo el sudario hacia el alcaide las manos amarradas. “¡Hombre y mujeres de mi querida América…”, empieza a decir Parsons. Una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons ha muerto al caer, gira de prisa, y cesa: Fischer se balancea, retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y encoge las piernas, muere: Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pecho como la marejada, y se ahoga: Spies, en danza espantable, cuelga girando como un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, sacude los brazos, tamborinea: y al fin expira, rota la nuca hacia adelante, saludando con la cabeza a los espectadores.
Y dos días después, dos días de escenas terribles en las casas, de desfile constante de amigos llorosos; ante los cadáveres amoratados, de señales de duelo colgadas en puertas miles bajo una flor de seda roja, de muchedumbres reunidas con respeto para poner a los pies de los ataúdes rosas y guirnaldas, Chicago asombrado vio pasar tras las músicas fúnebres, a que precedía un soldado loco agitando como desafío un pebellón americano, el ataúd de Spies, oculto bajo las coronas; el de Parsons, negro, con catorce artesanos atrás que cargaban presentes simbólicos de flores; el de Fischer, ornado con guirnalda colosal de lirio y clavellinas; los de Engel y Lingg, envueltos en banderas rojas, -y los carruajes de las viudas, recatadas hasta los pies por velos de luto, -y sociedades, gremios, vereins, orfeones, diputaciones, trescientas mujeres en masa, con crespón al brazo, seis mil obreros tristes y descubiertos que llevaban al pecho la rosa encarnada.
Y cuando desde el montículo del cementerio, rodeado de veinticinco mil almas amigas, bajo el cielo sin sol que allí corona estériles llanuras, habló el capitán Black, el pálido defensor vestido de negro, con la mano tendida sobre los cadáveres:-“¿Qué es la verdad, -decía, en tal silencio que se oyó gemir a las mujeres dolientes y al concurso, -¿qué es la verdad que desde que el de Nazareth la trajo al mundo no la conoce el hombre hasta que con sus brazos la levanta y la paga con la muerte?
¡Estos no son felones abominables, sedientos de desorden, sangre y violencia, sino hombres que quisieron la paz, y corazones llenos de ternura, amados por cuantos los conocieron y vieron de cerca el poder y la gloria de sus vidas: su anarquía era el reinado del orden sin la fuerza: su sueño, un mundo nuevo sin miseria y sin esclavitud: su dolor, el de creer que el egoísmo no cederá nunca por la paz a la justicia: ¡oh cruz de Nazareth, que en estos cadáveres se ha llamado cadalso!”
De la tiniebla que a todos envolvía, cuando del estrado de pino iban bajando los cinco ajusticiados a la fosa, salió una voz que se adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agriado: “¡Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcalde, ni a la nación que ha estado hoy dando gracias a Dios en sus templos porque han muerto en la horca estos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!“… La noche, y la mano del defensor sobre aquel hombro inquieto, dispersaron los concurrentes y los hurras: flores, banderas, muertos y afligidos, perdíanse en la misma negra sombra: como de olas de mar venía de lejos el ruido de la muchedumbre en vuelta a sus hogares. Y decía el “Arbeiter Zeitung” de la noche, que al entrar en la ciudad recibió el gentío ávido: “¡Hemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin al mundo ordenado conforme a la justicia: seamos sagaces como las serpientes, e inofensivos como las palomas!”

José Martí

La Nación, Buenos Aires, 1 de enero de 1888

Comunicado ante el fallecimiento del Papa Francisco

Comunicado ante el fallecimiento del Papa Francisco

La Gran Logia Regular de la Argentina por la Libertad y la Igualdad de la Humanidad lamenta profundamente el fallecimiento del Papa Francisco y expresa sus más sinceras condolencias a la comunidad católica en Argentina y en todo el mundo. Reconocemos en él a un líder espiritual de Occidente que trascendió fronteras religiosas y promovió el diálogo interreligioso como camino hacia la paz y la comprensión mutua.

Su Santidad Francisco fue un hito en la historia de la Iglesia Católica al ser el primer Papa latinoamericano y argentino, llevando consigo la riqueza cultural y las problemáticas sociales de nuestra región. Su papado se caracterizó por un compromiso inquebrantable con los más vulnerables, la defensa de la justicia social y la promoción de una Iglesia más inclusiva y cercana a la gente. Destacamos sus esfuerzos por reformar las finanzas vaticanas, su lucha contra el abuso sexual y su llamado a cuidar el medio ambiente.

Desde la Presidencia de la Unión Masónica Mundial, tuvimos el honor de dirigirnos a Su Santidad Francisco, solicitándole reconsiderar la excomunión que pesa sobre los masones desde 1738. Confiamos en que su legado de apertura y diálogo inspire a futuros líderes religiosos a construir puentes de entendimiento entre diferentes corrientes de pensamiento, permitiendo a los creyentes adherir sin reservas a nuestra Augusta Orden.

Aspiramos a que el sucesor de Francisco continúe su obra progresista y democratizadora, profundizando el camino de renovación que él inició. Que su ejemplo ilumine a la Iglesia Católica en su misión de servicio a la humanidad y en la búsqueda de un mundo más justo, fraterno y solidario para todos.